… En todo lo anterior lo más importante es entender que una consigna, por sí sola, no es transicional. Esta cuestión la explicó en su momento Engels, en crítica a Heinzen, un izquierdista que exigía la aplicación de medidas de transición al socialismo. En oposición, Engels señaló que se trataba de medidas imposibles de lograr en una situación pacífica, de dominio normal de la burguesía (véase aquí). Y si se intentaba aplicarlas en esas condiciones, se transformaban en quimeras, propias de esos reformadores sociales que buscan cambiar a voluntad las relaciones económicas. En otros términos, pasan a ser absurdos lógicos –en particular, es un absurdo lógico exigir al Estado burgués que aplique medidas de transición al socialismo. La idea más importante es que las medidas del programa de transición –control obrero, reparto de horas de trabajo hasta acabar con la desocupación, obligación de trabajar, etcétera– no tienen un carácter transicional «en sí y por sí», esto es, separadas del resto de medidas. Esta cuestión fue explicada por Marx y Engels en el Manifiesto comunista, donde presentan un programa de tipo transición a ser aplicado por un gobierno revolucionario. Cada consigna, en sí misma, es insuficiente e insostenible: «[…] desde el punto de vista económico parecerán [las medidas transicionales] insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán a sí mismas y serán indispensables como medio para transformar realmente todo el modo de producción». Por eso años más tarde Marx desestimaría la política de un reformador social estadounidense, Henry George, quien exigía que la renta de la tierra fuera pagada al Estado. Marx planteó que se trataba de una medida transicional del tipo de las contenidas en el Manifiesto Comunista, pero que tomada de forma aislada, solo era una panacea de los economistas burgueses radicales (véase carta a Sorge, 20 de junio de 1881). Pues bien, este criterio se aplica a las relaciones de Argentina con el FMI y la deuda externa. La ruptura con el FMI y el no pago de la deuda externa, para adquirir un carácter progresista –o sea, favorable a la clase obrera– deben estar articuladas con toda otra serie de medidas radicales. Por ejemplo, es imposible decretar un cese del pago sin que haya fuga de capitales; la cual debería ser enfrentada con medidas más radicales; pero para ello se necesita poder; con lo cual volvemos a encontrarnos con el argumento que Engels oponía a Heinzen: si no hay poder revolucionario capaz de aplicar de manera articulada el programa, todo queda a mitad de camino… y prepara la vuelta a la situación anterior. En este punto, precisemos también que incluso dentro de un eventual marco revolucionario, un gobierno socialista puede verse obligado a negociar las condiciones del pago, al menos parcial, de la deuda; como estuvieron dispuestos a hacerlo los bolcheviques con sus acreedores, en 1922, en la reunión internacional de Génova. Esto es, la progresividad de la medida siempre debe evaluarse en relación a los objetivos que pueda plantearse una revolución triunfante, en una situación concreta determinada (véase también la crítica de Lenin a los ultraizquierdistas en «El izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo»). Todo lo demás es palabrerío hueco (o exaltación del nacionalismo burgués reformista). Hay que decirlo con todas las letras: el default de la deuda por parte del Estado burgués no encierra, en sí, carácter socialista alguno. Son simplemente idas y vueltas para renegociar con los acreedores y sostener la continuidad de la explotación del trabajo. Por último, y como hemos señalado en otros escritos –particularmente en «Crítica del Programa de Transición»– es necesario distinguir el programa mínimo y el programa máximo. El programa mínimo reúne las demandas que, en principio, se pueden obtener sin cuestionar la relación de explotación capitalista. Por ejemplo, la exigencia de aumento salarial, mejora de condiciones laborales, ampliación de libertades democráticas. El programa máximo condensa los objetivos, la abolición de la propiedad privada del capital en primer lugar. Esta distinción –que está en la tradición del movimiento socialista– cobra especial relevancia en períodos de retroceso, a nivel global, de la clase obrera y de las ideas del socialismo.
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