Sin dar la cara, con las manos llenas y riéndose de todo y de todos, el monarca que llegó a la jefatura del estado jurando fidelidad a los Principios del Movimiento y a la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936 y necesitó de un golpe de estado y un eternamente clasificado elefante blanco para consolidar su legitimidad y autoridad, abandona el estado español tal y como su abuelo Alfonso XIII lo hacía el 14 de abril de 1931: huyendo de la justicia, la democracia y las consecuencias de sus propios actos de codicia y engreimiento…